El legado de un padre

Dios, familia y trabajo

Mi padre creció en una familia pobre pero muy unida entre abuelos, tíos, primos, por lo que habiendo trabajado  desde su infancia para ayudarla,  siempre tuvo un fuerte sentido de pertenencia a la misma,  que le dio una firme personalidad para enfrentarse al mundo vendiendo tortas, lavando coches y un sinfín,  mientras terminaba la escuela primaria. Con enormes deseos de superación, en algunos años ahorró y emprendió un pequeño negocio que poco a poco se convirtió en una modesta pero formal empresa, hasta  prosperar y expandirse en sucursales. Con orgullo decía que sus padres le habían dado las lecciones más importantes de su vida: cumplir primero con Dios,  luego cuidar de la familia  y  en tercer lugar trabajar con ahínco.

Siempre afirmo que nada de lo que logró hubiera sido posible sin ese orden y sin el apoyo de mi madre,  como su socia principal.

Mi padre con su gran vocación por la empresa, nos educó basándose en  las diferencias entre un jefe y el papel de  líder y maestro que se esforzaba en asumir.

Decía que en el trabajo la autoridad del jefe es prestada y  se ampara en la jerarquía de los puestos de mando, mientras que la autoridad de un líder  y maestro, se debe a su sólida formación que le hace estar seguro de su modo de trabajar. Mi padre le daba la misma importancia a los conocimientos que a las habilidades para hacer las cosas, y a eso le llamaba verdadera experiencia.

Aunque teníamos ayuda doméstica, mi padre siempre que podía ayudaba en las labores de la casa  y hacia reparaciones en la misma, disfrutando de hacer cosas con sus propias manos. Sin prisa y sin pausa, acababa a la perfección todo lo que emprendía hasta en los menores detalles.

Nos explicaba que el líder era un maestro  capaz de sacar de sus subordinados el mejor trabajo, mientras que el que se ocupa solo por ser jefe no promueve el crecimiento.

En sistema abierto, mi padre ya adulto hizo la preparatoria y universidad, acompañándonos siempre que podía como asesor en las tareas,  ayudándonos y exigiéndonos a dar lo mejor posible, celebrando el esfuerzo  más que los resultados.

Decía que el maestro líder se satisface cuando sus inferiores en la jerarquía le rebasan en algún saber o habilidad, mientras que el simple jefe ve con recelo ese crecimiento, y si se llega a dar, le acarrea inseguridad defendiéndose con la autoafirmación.

Mi padre era feliz al  ver que desarrollábamos nuestras capacidades. Nos preguntaba, se dejaba ayudar y era consciente de que algunos de nosotros por vocación, heredaríamos su empresa para hacernos responsables de todo, principalmente de las personas que habían colaborado muchos años con él.

Nos enseñó que un maestro líder trasmite ilusión; por eso conforma equipos de trabajo y suele hacer escuela, mientras que el que se preocupa solo por dar órdenes y ser obedecido, se rodea de personas que no estén unidas entre sí, ni con él, para que no le hagan sombra.

Mi padre fomento la unión, la libertad y la responsabilidad en la familia reconociendo las diferencias individuales. Se daba siempre el tiempo para estar con cada uno, dialogar, intimar, compartir y acompañarnos siempre con un amor incondicional.

Fue muy congruente cuando nos dijo que el maestro líder corrige en proporción a la falta, razonadamente y no de manera humillante, mientras que el mal jefe suele corregir con pérdida del control, humillando, despidiendo, fomentando un clima de chismorrería y maledicencia.

Cuando cometíamos una falta, mi padre al sentirse disgustado esperaba siempre al día siguiente, y ya sereno, en privado, no dejaba de corregirnos, decía que era mejor un reclamo fuerte, respetuoso, inteligente, que tres horas de pelea.

Mi padre nunca busco su propio  encumbramiento y nunca le vimos una actitud  agresiva o defensiva respecto de los demás.  No utilizo nunca su status en su vida de relación, siempre fue asequible, sencillo, cordial, comprendía  y disculpaba, era amigos de todos principalmente de sus trabajadores, de quienes siempre dijo les debía todo.

Su principal legado fue dejar claro, que es  pobre el que no saca partido de sus capacidades, de modo que tanto los que la sociedad llama ricos, como los que denomina pobres, pueden encuadrarse dentro de un estado lamentable de miseria humana, si esas personas no dan de si lo que pueden y deben dar.

Mi padre fue un afortunado en la pobreza y a través del orden Dios, familia y trabajo, evito que todos termináramos como pobres ricos.

Agradecemos este testimonio anónimo.

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