Lo que se necesita… se necesita poco

Un caso de superación familiar.

Trabajamos duro, con eficiencia, considerando nuestro matrimonio como si fuese una empresa de la que había que esperar alto rendimiento con la idea de acceder a un buen nivel socioeconómico, por lo que  el ser exitosos se convirtió en la marca de nuestro matrimonio.

El tiempo para nosotros era dinero y sin querer darnos cuenta vivíamos trescientos cincuenta días al año como esclavos, para vivir solo quince días de vacaciones sin medir gastos, para luego regresar al estrés  sin pleno descanso entre jornadas, con poco  tiempo para nosotros y nuestros hijos. El nuestro no era un hogar para disfrutar y descansar arropados por nuestra intimidad, era sí, una casa lujosa y equipada, como con aquella cocina de alta tecnología de la que disfrutaba nuestra servidumbre, mientras que nosotros comíamos fuera o llevábamos lunch al trabajo.

Mi esposa y yo no nos decíamos lo que nos amábamos pues lo dábamos por hecho mecanizando de cierta forma nuestro amor por la ausencia de los detalles que le dan vida. Así las cosas, perseveramos en ocuparnos y preocuparnos por ir siempre a más, como un centro sobre el que  solo podían  girar nuestras afinidades y  diferencias.

Por todo ello permitimos  que los acontecimientos que considerábamos “buenos”, nos atraparan perdiendo la noción  “del tiempo que pertenece  al amor”  cuyo verdadero fruto  permanece y “no se pasa ni se pierde” entre todo lo que nos pasa y se desvanece. Lo perdimos porque creímos que el tener las cosas o la vida resuelta, facilita necesariamente el amor, pero no es así.

Tan no es así que nuestros hijos, en etapa adolescente empezaban a  consumir alcohol inmoderadamente, se negaban a ayudar en casa y en vez de dar y compartir socialmente, tenían manifestaciones grotescas de soberbia y desprecio hacia quienes no eran de su privilegiado status. Nada más lejos de lo que deseábamos en ellos.

En realidad sus defectos nacían de nuestros propios defectos como matrimonio, ya que ocupados como estábamos, teníamos grandes carencias de auténtico amor personal que debía manifestarse en su educación.

Aconteció entonces  la providencial  quiebra económica como una gran catástrofe, y de pronto nos encontramos tensos, frustrados, deprimidos y aunque no hubo ofensas entre nosotros, se presentó la maligna desesperanza que bien sabíamos  puede ser la madre de todos los rompimientos.

Pedimos ayuda, conscientes de que teníamos  la capacidad para tomar  decisiones por duras que fuesen.

Lo primero fue elaborar un plan realista para estabilizar nuestra economía y disipar la zozobra, sabiendo que en lo esencial del amor lo material se necesita poco, y de lo poco que se necesita… se necesita poco. Por lo que debíamos soltar y dejar ir lo insostenible, aunque a decir verdad nos resistíamos en nuestro orgullo y  en el tener que  superar el “qué dirán” del medio social que  creíamos haber conquistado y al que tanto nos aferrábamos.

Hicimos una reunión familiar para informar y asumir las necesarias decisiones, pues era todo o nada. Para gran alivio,  nuestros hijos aceptaron aunque con algunos rechinidos, pues la cosa no era fácil de asimilar,  pero nos esforzamos porque venciera el amor  y poco a poco fueron  fortaleciéndose.

Algunas de las acciones más importantes fueron:  

  • Vender nuestros bienes y pagar deudas.
  • Cambiarnos a una casa pequeña cuyo mantenimiento y limpieza haríamos nosotros.
  • Adquirir un coche pequeño, de poco consumo de gasolina y mantenimiento  económico.
  • Buscar escuelas públicas de prestigio y hacer presencia en ellas como padres.
  • Volver a lo sencillo,  como preparar algunas comidas en familia; asistir a eventos culturales; días de campo; algún juego; deporte; ver juntos televisión, etc.  
  • Renovar los lazos afectivos reviviendo tradiciones familiares como el festejar con alegría los aniversarios importantes en la vida de cada uno.
  • Buscar nuevas amistades que al igual que nosotros se encontrasen en pie de lucha, con valores matrimoniales y familiares con los cuales compartir más el ser, que el tener. Grandes y verdaderos amigos que quizá no hubiéramos conocido.

Finalmente  reconocimos que estas nuevas circunstancias nos permitirían recuperar una capacidad de vivir más intensamente nuestra relación como esposos, reordenando y vivificando nuestra  entrega. Si había una relación entre la vivencia de una quiebra económica y nuestra unión, era para bien.

Deseamos ciertamente volver a superarnos en lo material como una legítima aspiración, pero la lección es que nunca trabajaremos por dinero a costa de lo más importante: el tiempo del amor. Que no nos crearemos necesidades   en lo material para no obstaculizar nuestro proyecto de crecer como personas en el seno de la familia y ser auténticamente felices.

Por Orfa Astorga de Lira.

Máster en matrimonio y familia, Universidad de Navarra.

Para solicitar consulta escríbeme aorfa_astorga@consultoriafamiliar.com.mx

Deja un comentario